A puro rock nacional, Charly García y Fito Páez cerraron el Quilmes Rock 2012 en un River algo más lleno que en las fechas de Foo Fighters.
“Gozar es tan parecido al amor”, dice Charly en el primer estribillo del cierre del Quilmes Rock, dándole un poco la razón a su rock-&-roll-way-of-life de no hace muchos años atrás, cuando demolía hoteles, escenarios y audiencias sin que nadie pudiera frenarlo. “Gozar es tan diferente al dolor”, canta inmediatamente después, y de cierta forma justifica su rehabilitación, esa que le permite que hoy esté sobre un escenario. Sin embargo, llegó como en los viejos tiempos, arriba de un Ford Farlaine convertido en limusina, quedando a cargo del show y de sus teclados. Pero, nunca está de más repetirlo, arrastra su entonación, se mueve lento, parece ausente. Las secuelas son muy evidentes y, aunque haya un enorme consenso que dice lo contrario, este no es el mejor Charly. Medicado y dócil, su fuerte no es la interpretación, sino su historia registrada. Por eso tiene una banda que funciona como un reloj y le cubre las espaldas cada vez que versionan, todos juntos, clásicos indestructibles de su carrera. Ahí están Nos siguen pegando abajo, Anhedonia, Canción de 2 x 3…
También tiene otros amigos que le hacen la segunda: Pedro Aznar lo acompañó con bajo y coros y Perro andaluz; Juanse rockeó en La sal no sala; y Fito se sentó al piano en Desarma y sangra. Además contó con la bendición de Spinetta, presente en las pantallas durante Rezo por vos, y con el payaso del primero de Almendra estampado en la remera de García.
Para el final, se guardó tres ganchos efectivos, directo al mentón: Eiti Leda, Popotitos y su versión delHimno Nacional Argentino, cuando faltaba más de media hora para las 12. Y agradeció a su público (muchas familias en River) la fidelidad, el aguante.
Antes, Fito Páez puso fina estampa al servicio de sus hits. Todo de blanco -traje, zapatos, anteojos-; salvo la camisa, rosada. Así se reencontró con el público porteño, aunque dio la cara en la segunda estrofa de El amor después del amor, primer tema de su set. Ahí arrancó una catarata de clásicos, ideal para que todos en River cantaran y recordaran el momento de su vida en que esa canción tenía alta rotación. El chico de la tapa, Un vestido y un amor, El diablo en tu corazón, Al lado del camino, Polaroid de locura ordinaria. Ninguna de las canciones que tocó tiene menos de doce años, lo cual pone en su lugar a los discos posteriores a Rey Sol (2000). La única novedad pasó por un sentido homenaje a su maestro Spinetta, llamado La vida sin Luis. A todo esto, Fito pasaba de ocuparse únicamente del micrófono a sentarse detrás del piano y después, la guitarra (en Ciudad de pobres corazones). Siempre con su andar desgarbado, agitando los brazos, saludando a las chicas y los muchachos y, más que cantar, recita sus canciones: les cambia la forma, el tempo, actualiza algunas frases. Y sin más, le cedió su lugar a Charly después de Mariposa technicolor.
Por: Ezequiel Ruiz [email protected]
Fuente: Sí! Clarín